Duro drama para la actriz.
En la penumbra de su habitación, iluminada solo por la tenue luz de la pantalla de su móvil, Beatriz Rico, una actriz de renombre y madre entregada, compartía con el mundo su desgarrador relato en este 8 de marzo, un Día Internacional de la Mujer que para ella se tiñó de melancolía.
La lucha y el fervor que caracterizan esta fecha se vieron opacados por la sombra de una despedida inminente. En la quietud de su hogar, las paredes resonaban con el eco de un silencio que pronto sería permanente, pues su hijo, el joven que había sido su compañía constante, estaba a punto de emprender un nuevo capítulo lejos de su tierra natal.
“Sé feliz. Vuela”.
La historia de Beatriz es la de una mujer que ha conocido el éxito tanto en los escenarios como en la vida, pero que ahora enfrenta el reto más humano y universal: el de soltar la mano de su hijo para dejarlo volar libre. Casada con Rubén Ramírez, un oficial de policía, desde 2015, Beatriz había experimentado la maternidad en su primer matrimonio. Ahora, su hijo, fruto de aquel amor pasado, se preparaba para cruzar fronteras y construir su vida fuera de España, dejando a su madre en un estado de vulnerabilidad que trascendía cualquier personaje que hubiera interpretado.
La actriz, convertida en un mar de lágrimas, no es ajena a este proceso de separación. Su hijo ya había dejado el nido familiar anteriormente, pasando casi un año en Dublín para completar su formación académica. Sin embargo, esta vez, la partida parecía llevar consigo un peso diferente, una finalidad que se palpaba en cada maleta que se alejaba, en cada imagen del joven arrastrando su vida en un trozo de equipaje hacia el aeropuerto, mientras su madre, desde la distancia segura de su coche, intentaba componerse.
“Estoy bien, de verdad. La llorera se pasa”, escribía Beatriz en un intento de tranquilizar a sus seguidores, quienes habían sido testigos de su dolor a través de las redes sociales. La razón de su angustia era clara: “Chiquitín se marcha a vivir fuera de España. Uf… esto es muy duro. Mucho. Muchísimo. No es nuevo, ya estuvo un curso entero en Dublín y lo llevé… muy bien, de verdad. Muy orgullosa de mí misma y mi gestión de las emociones”, confesaba la actriz y cantante, que se encontraba en la encrucijada de tener que reunir fuerzas para enfrentar esta nueva etapa, sin tener certeza de cuándo su hijo regresaría al hogar.
A pesar del torbellino emocional, Beatriz lograba encontrar un rayo de luz en la situación: “Me he dado cuenta de que si él es feliz, me da igual dónde esté. Me da igual no tenerlo al lado físicamente. Lo único que importa es que esté bien. Si él está bien, todo está bien. Padres y madres del mundo, yo sé que me entendéis”, expresaba, buscando un lazo de empatía con aquellos que han vivido o temen vivir una experiencia similar.
Consciente de que su apoyo incondicional era lo correcto, Beatriz no podía evitar que las lágrimas brotaran espontáneamente, especialmente en las semanas previas a la partida, que habían sido intensas y emocionalmente cargadas. Aprovechó cada momento con su hijo, saboreando los instantes antes de la inevitable despedida. Y cuando llegó el momento de decir adiós, las emociones estallaron: “Al abrazarle me he puesto a llorar, claro. Y él me dijo al oído ‘gracias’. Y yo le dije lo mismo que cuando se fue a Dublín: ‘sé feliz. Vuela’. Si aquella vez salió bien, no hay razón para pensar que esta vez será diferente”, concluía Beatriz, con un hálito de esperanza que se aferraba a la promesa de un futuro lleno de felicidad para su hijo.