Dicen que la paternidad es un buen motivo para sonreír a la vida… pero no mientras los niños viven en casa. Se trata de la conclusión de una investigación dirigida por el profesor Christoph Becker, de la universidad alemana de Heidelberg, que ha visto la luz en la revista PloS One.
De ser cierto, teniendo en cuenta que en España las criaturas continúen bajo las faldas de mamá y papá hasta bien entrados los 30, o nos trasladamos a países como Dinamarca donde los nidos se vacían alrededor de los 20, o hacemos acopio de paciencia.
El estudio analizó la carga económica, afectiva y social de la paternidad, además de la importancia de la prole cuando es adulta, en personas de 16 países diferentes y mayores de 50 años. Estos sujetos valoraron su bienestar emocional, y la impresión fue unánime: las personas con hijos independientes se deprimen menos y tienen mayores probabilidades de alcanzar la estabilidad económica.
Además, duermen más plácidamente, disponen por fin de tiempo libre, y tienen menos gastos y menos responsabilidades. Son factores que, de acuerdo con Becker, cuentan cuando se habla de felicidad.
Cabe destacar que el asunto trae de cabeza desde hace tiempo a los investigadores, y no parece que haya realmente consenso. Según varios trabajos publicados en la revista Psychological Science, está claro que la paternidad y la maternidad son la mejor ruta hacia la felicidad. «Las personas con hijos experimentan una mayor cantidad de emociones positivas y encuentran en ellos el significado de la vida», aseguran sus autores.
Pero otros profesores disponen de datos en los que la balanza se inclina a favor de la tesis de Becker, concluyendo que, en principio, tener descendencia es peor que un divorcio o estar en el paro. Al comparar el nivel de satisfacción con la vida tres años antes y dos después de tener hijos, vieron que caía de forma drástica, especialmente por la dureza de la crianza en los primeros años.
Ya se sabe, agotamiento, insomnio, depresión y aislamiento social… Eso sí, si, como dice Becker, todo son parabienes una vez los hijos han crecido, pero la prole tiene que entender que el nido está hecho para aprender volar.
Por otro lado, hay padres que llevan más de 20 o 30 años viviendo por y para sus hijos, por lo que el abandono del nido de sus polluelos ocasiona un auténtico seísmo que les acarrea tristeza y soledad. ¿Cómo podemos evitarlo, teniendo en cuenta que este momento nos pilla cada vez más arrugados?
«La pareja debe escucharse y reacomodarse en sus deseos, necesidades y expectativas tanto individualmente como de relación, pasando a ser nuevamente los actores principales de sus vidas», dice Raúl Santos García, psicólogo y psicoterapeuta.
Su consejo es dejar de lado el concepto de soledad como pérdida o aislamiento, y conceptualizarla como retiro, lo que se correspondería con un estado autosuficiente y libre de tensión. «Una adaptación exitosa a la senectud (inherente al hecho de que los hijos son mayores y se van de casa) requiere hacer el duelo, reconocer cierta dependencia y distanciamiento, pero sin perder el apego», dijo.
En definitiva, mostrar orgullo y felicidad por el ansiado despegue filial.