El último adiós de una vida en pareja: Maximino y Carmen, inseparables hasta el final
El pasado sábado, la parroquia de Santa Eulalia de Mos fue testigo de una de esas historias que parecen sacadas de una película, pero que en realidad superan cualquier guion de ficción. Maximino Alonso, de 77 años, y Carmen Pereira, de 76, fallecieron con apenas unas horas de diferencia, tras 48 años de vida en común. Y lo hicieron como vivieron: juntos.
“La vida no podía entender a uno sin el otro”, decían algunos de los asistentes al funeral, que congregó a cientos de vecinos, familiares y amigos en una despedida marcada por la emoción. Lágrimas, sí, pero también abrazos, palabras de cariño y un sentimiento colectivo de admiración por una pareja que simbolizó la entrega mutua, el amor sin condiciones y la fortaleza compartida.
Un amor que resistió al tiempo… y a la enfermedad
Maximino y Carmen llevaban años enfrentándose a distintas dolencias. Ambos habían sido ingresados en hospitales diferentes, pero dada la gravedad de sus estados, los médicos decidieron juntarlos en una misma habitación del hospital Meixoeiro para que pasaran sus últimos días acompañándose como siempre lo habían hecho.
“Siempre se cuidaron, siempre tiraron el uno por el otro”, recuerda su hijo Francisco Javier. La historia familiar está llena de sacrificios y cuidados. Hace 24 años, Carmen tuvo que dejar su empleo tras ser diagnosticada con cáncer. Fue entonces cuando Maximino se volcó en cuidarla. Años después, en un giro casi irónico del destino, fue él quien recibió el mismo diagnóstico.
Una vida marcada por el trabajo, la familia y la humildad
Ambos provenían de familias humildes y compartían una ética basada en la responsabilidad, el esfuerzo y el cariño por los suyos. Maximino trabajó como mecánico en la planta de Danone durante la mayor parte de su vida. Carmen, por su parte, desempeñó labores en la fábrica de costura Regojo, en Redondela, y luego en Dayfer, en Mos.
Su día a día estaba lleno de rutinas sencillas, pero con un trasfondo muy poderoso: el de vivir para cuidar a los suyos. Sus dos hijos, Francisco Javier y José Ignacio, los describen como personas “con un corazón bondadoso que siempre estaba disponible para ayudar”, ya fuera a familiares, vecinos o conocidos.
La enfermedad, la despedida y una lección de amor
El regreso del cáncer a la vida de Carmen, a comienzos de este año, coincidió con el empeoramiento del estado de salud de Maximino. Aunque inicialmente estaban hospitalizados por separado —ella en el Álvaro Cunqueiro y él en el Meixoeiro—, la cercanía del final convenció a los médicos para unirlos en la misma habitación. Allí, rodeados de sus hijos y seres queridos, vivieron sus últimos días, en paz y con la serenidad de quien sabe que no está solo.
Sus hijos no tienen más que palabras de agradecimiento hacia el personal médico. “Nos hicieron sentir, tanto a ellos como a nosotros, como si estuviésemos en casa”, afirman emocionados. También quisieron destacar el apoyo recibido por parte de familiares, amigos y vecinos: “Nos echaron una mano en todo”.
Un legado que va más allá de la pérdida
En Mos, nadie habla de tragedia. Se habla de ejemplo. De inspiración. De una historia que demuestra que el amor verdadero no conoce de límites temporales ni físicos. Maximino y Carmen se fueron juntos, como siempre estuvieron: de la mano. Su historia no es solo una despedida; es un recordatorio de lo que significa amar, cuidar y acompañar hasta el final.
El recuerdo de esta pareja quedará grabado en la memoria colectiva de Mos, como símbolo de una vida compartida con sentido, con ternura y con una profunda humanidad.