Triste noticia.
La noticia de una muerte siempre sacude, pero hay fallecimientos que logran trascender los límites de lo personal para convertirse en un asunto colectivo. Son esas vidas excepcionales que, al apagarse, dejan una estela de vacío imposible de llenar y que nos recuerdan cuánto dependemos de quienes han dedicado su existencia a expandir el horizonte humano.
Hoy el mundo vuelve a sentir esa punzada. La ciencia, la naturaleza y millones de personas alrededor del planeta se han visto sacudidas por la confirmación de la pérdida de una de las voces más poderosas en la defensa de nuestro entorno. La conmoción no distingue fronteras ni edades: se trata de una figura cuyo legado forma parte de la memoria compartida de la humanidad.
La despedida de una pionera.
El Instituto Jane Goodall anunció que la etóloga británica falleció en California, a los 91 años, por causas naturales. La noticia se dio a conocer mediante un comunicado difundido en redes sociales, donde se recordaba que su presencia en Estados Unidos se debía a una gira de conferencias que mantenía activa hasta el último tramo de su vida. La institución subrayó el papel fundamental que desempeñó como investigadora y como activista incansable por la conservación del planeta.
Nacida en Londres en 1934, Jane Goodall desafió las normas de su tiempo al adentrarse, con apenas 23 años, en la selva africana para observar a los chimpancés en libertad. Lo que en principio era una misión de seis meses terminó convirtiéndose en un proyecto de vida que transformó para siempre la ciencia del comportamiento animal. Sus observaciones dieron forma a una nueva manera de entender la frontera entre lo humano y lo animal.
El eco de sus descubrimientos.
En Tanzania, en el parque de Gombe, Goodall constató que los chimpancés no solo se alimentaban de carne, sino que eran capaces de fabricar herramientas, automedicarse con plantas y transmitir conocimientos de generación en generación. Sus hallazgos revelaron también que experimentaban emociones comparables a las humanas, como el afecto, los celos o la ira. Este enfoque revolucionó la etología y abrió un campo inmenso de reflexión sobre nuestra propia especie.
A lo largo de su vida, plasmó su experiencia en una veintena de libros, entre ellos En la senda del hombre, considerado un texto capital del siglo XX. Además de sus publicaciones científicas, su figura se convirtió en un referente audiovisual a través de documentales y series, acercando su trabajo a millones de hogares. Universidades de todo el mundo la reconocieron con doctorados honoris causa, y su carrera estuvo jalonada de premios tan prestigiosos como el Príncipe de Asturias de Investigación Científica, el título de Dama del Imperio Británico y la Medalla de Oro de la UNESCO.
Un legado que trasciende.
Más allá de la ciencia, su historia personal también estuvo marcada por el amor y la pérdida. Se casó en dos ocasiones: primero con el fotógrafo Hugo van Lawick, con quien tuvo un hijo, y más tarde con Derek Bryceson, quien murió en 1980. Sin embargo, su vínculo más duradero fue con la naturaleza, a la que dedicó sin reservas cada minuto de su vida.
Hoy su ausencia deja un silencio inmenso, pero también una certeza: las ideas y la pasión de Jane Goodall sobrevivirán mientras la humanidad siga buscando respuestas en la selva, en los animales y en sí misma. Porque su ejemplo no se mide solo en descubrimientos, sino en la forma en que inspiró a generaciones a cuidar del mundo natural que compartimos.